lunes, 9 de enero de 2012

La formación de arquitecto en las escuelas de arquitectura




Hace unos días en el blog de StepienyBarno encontré esta pregunta: ¿Cómo ves la formación de arquitecto en las escuelas de arquitectura? (puedes verlo aquí)


He querido recoger las ideas más relevantes al respecto y continuar el debate con mis propias conclusiones. Os invito a todos a participar.

Antes de expresaros mi opinión quiero daros a conocer mi experiencia con la arquitectura, para mostrar de donde provienen mis argumentos (también podéis saltaros este párrafo e ir directamente al debate).
He estudiado en dos facultades diferentes: A Coruña y Valladolid, entré como alumna del plan Antiguo y ahora soy Bolonia; con lo cual he conocido tres planes de estudios diferentes, en dos Comunidades Autónomas distintas y a multitud de profesores dispares. Tengo afición por la arquitectura desde pequeña, cuando aún no conocía su nombre pero si sabía lo que quería hacer de mayor: “casas como mi padre, pero no como él, yo la casa entera”. Mi biblioteca se fue llenando de libros y mis carpetas de planos que recogía en las obras o me conseguía mi padre. La técnica constructiva me la fue enseñando él, llevándome a trabajar a las viviendas que reformaba, pronto pasé de recoger escombros a tapiar grietas en paredes o hacer hormigón. Con toda esta trayectoria no es de extrañar que cuando entré en la primera Escuela de Arquitectura mi entusiasmo era inmenso. Ahí me enfrenté con la realidad de la disciplina que, en mi opinión, tiene graves errores en su base, en decir, en su formación. La desilusión del primer impacto con la asignatura de Proyectos y Construcción (ambas corresponden en Valladolid a asignaturas de 2º curso) que ocupaban todo mi tiempo, dejando a penas minutos al día para resto, unido a un año complicado en muchos aspectos hizo que tuviese que tomar distancia y abandonase al llegar el verano. En mi mente la idea estaba clara: solo era un año para retomar la estabilidad en mi vida, devorar libros y realizar cursos y ingresar en una nueva facultad al curso siguiente. Así fue, cuando terminó el siguiente verano me matriculé en la Escuela de Valladolid. La experiencia del primer año fue mucho mejor y constaté que el Plan contenía en primer año asignaturas de “aproximación” a la arquitectura (introducción al Proyecto, introducción a la Arquitectura, análisis, dibujo arquitectónico), que no se cursaban en A Coruña y que yo consideré motivantes y fundamentales. Luego llegó segundo, con sus Proyectos y sus estructuras, y paralelamente yo me fui adentrando más en otras disciplinas como Psicología y descubriendo lo que era “Psicología Ambiental”. También desarrolle un pensamiento más crítico con la arquitectura, especialmente abriendo los ojos ante multitud de obras que expresan el “ego del arquitecto” y que satisfacen pobremente las necesidades de los usuarios. La especulación, el modelo urbano de la renta, la arquitectura-espectáculo, son conceptos que fueron asentando en mi cabeza una idea mucho más crítica de la arquitectura y que me llevaron a querer transformarla o no solo dejarme llevar o desistir. La Psicología Ambiental, como sabéis, es el camino que he decidido escoger. Mis intereses han cambiado de querer “hacer casas enteras” a investigar cómo hacer viviendas, barrios y ciudades mejores. El descubrimiento de esta nueva salida profesional ha sido lo que ha mantenido mi motivación profesional ligada a la arquitectura, una motivación que en la carrera iba frustrándose y disminuyendo.






Actualmente, la formación de arquitecto en las escuelas de Arquitectura la definiría como deficiente y, especialmente, desenfocada.

Carlos Cámara señala el distanciamiento entre la formación impartida en la universidad y la realidad profesional, “argumentando que la crisis del sector de la construcción ha hecho que sean pocos quienes puedan construir y que el sector debe replantearse ya desde las propias escuelas”. Hay una gran especialización en la educación como arquitecto que produce “una visión muy reducida y sesgada de la realidad arquitectónica que parece centrarse únicamente en la figura del arquitecto liberal que monta su propia oficina con un socio y se dedican a hacer concursos”. Algo prácticamente imposible en la actualidad de un sector en el que solo están activos al 10%, según afirma el decano del colegio de arquitectos de la Rioja. Jose María Echarte lo tiene claro: “la sociedad no tiene trabajo para 50.000 arquitectos (más otros 70.000 en las escuelas) haciendo todos lo mismo.”


La enorme centralidad de las asignaturas de proyectos asfixian los Planes de Estudios y exigen un esfuerzo tan intensivo que provocan que el resto de asignaturas pasen por nuestros cerebros anecdóticamente. Todos los estudiantes sabemos lo que es estar dedicados al 100% a las entregas de proyectos y no tocar el resto de apuntes hasta una semana antes de exámenes. Es un ritmo que impide totalmente disfrutar de la carrera. El hecho se agrava si tenemos en cuenta que muchas veces aprobar proyectos no es encontrar la manera de solucionar el problema propuesto de la forma más satisfactoria posible, sino de la que estéticamente más se ajusta al gusto del profesor. Es de sobra conocido (y probado) como el mismo proyecto es calificado con sobresaliente por un profesor y aprobado (o incluso suspendido) por otro colega suyo. Jose María Echarte habla así de las escuelas de arquitectura: “una escuela de genios que dan placer, solaz y regusto a determinadas camarillas, más pendientes de validar sus propios supuestos, que de enseñar a un alumnado al que se utiliza, frecuentemente, como carne de cañón experimental de absurdeces sin sentido. En una espiral sin freno ninguno -que ha discurrido paralela al distanciamiento de la realidad de arquiestrellas, critica y medios-, proyectos se ha convertido en “especulación irresponsable”.

La formación de un arquitecto no debe incluir solamente saber construir una vivienda, también debemos saber cómo adecuar toda la vida del edificio al ambiente, como insertarla en el entorno lo más favorablemente posible y como afecta y afectará ese espacio a las personas individualmente y a la sociedad en conjunto. Necesitamos conocer una visión mucho más amplia de la disciplina y adaptar nuestra profesión a la realidad laboral y social que vivimos. Los nuevos planes de estudio deben incluir la enseñanza de nuevas salidas profesionales, algo que actualmente ninguno de los cuatro vigentes en las escuelas españolas tienen en cuenta. Mis compañeros aún se extrañan cuando les hablo sobre “Psicología Ambiental” o sobre el impacto social que tiene la forma de construir ciudad. Tampoco se habla en las aulas de cómo proyectar viviendas que aumenten el bienestar psicológico y fomenten las relaciones positivas entre sus habitantes. No se investiga más allá del “Modulor de Le Corbusier” y la luminancia.

Rufino J. Hernández introduce en el debate otro enfoque comentando que “el éxito personal y colectivo universitario no depende ya tanto de la calidad del sistema español, ni del plan de estudios, ni de los docentes, claramente deseables, sino de la actitud propia del alumno.” Estoy de acuerdo con él en que el cambio debe comenzar en nosotros mismos – como todos los cambios – pero es indiscutible que el plan de estudios y los docentes son factores determinantes a la hora de formarnos. Se necesitan conocimientos que descubran nuevas formas de hacer arquitectura, se necesita un cambio en los métodos de aprendizaje que nos permita descubrir por nosotros mismos lo que nos gusta, necesitamos tiempo para experimentar, para leer, para disfrutar de lo que estudiamos y necesitamos docentes que nos guíen, que nos trasmitan pasión y nos motiven y nos impulsen a superarnos constantemente valorando nuestro trabajo y nuestros puntos de vista, criticándolo constructivamente y no menospreciando todo aquello que escapa a su “estética”. Los resultados con profesores así son indiscutiblemente mejores, la pena es que escasean y en cuatro años de arquitectura solo recuerdo y he disfrutado/disfruto a dos.

Otro aspecto a destacar es el fomento de la competividad en lugar de la cooperación (con alguna notable excepción, que en este caso coincide con los dos profesores anteriores). “Muchas veces nos olvidamos que nuestra naturaleza es gregaria y que ser útil al colectivo es tan importante o más que destacar dentro de él. En la escuela sin embargo siempre he sentido lo contrario y puede que ahí comience el error de todo.” (Tomás Fernández). El trabajo dentro de equipos transdisciplinares es el único futuro de la arquitectura y la cooperación debe fomentarse desde el primer momento. “La universidad debe volver a crear aquellas maravillosas condiciones que permiten a los jóvenes experimentar juntos y hacer lo que nunca harían en otros sitios o momentos” (Domenico di Siena). Alexandre Araujo nos cuenta su experiencia en el 85, en la Escuela de Porto: “en esos tiempos como que vivíamos en la escuela, alquilábamos pequeñas salas donde trabajábamos juntos. A veces, los profesores te iban a visitar por la noche o a menudo les encontrabas en un café donde compartías charlas sobre todo lo que pasaba.” La realidad actual en la formación arquitectónica la resume así “los estudiantes lo que quieren es cumplir ese tiempo, como si fuera el servicio militar, e irse a hacer su vida." Los estudiantes de arquitectura sufrimos el estudio de la arquitectura, salimos al campo profesional desorientados y con una visión muy pobre de todo lo que podríamos llegar a hacer.


La deficiente y desenfocada formación del arquitecto en las escuelas de arquitectura nos conduce al sentimiento de “genios frustrados” o al abandono de la que, durante muchos años, había sido nuestra vocación.



Considero que es imprescindible una revisión del fin de la arquitectura y de salidas profesionales del arquitecto, y que en base a las conclusiones que se obtegan se produzca una transformación de las escuelas de arquitectura que se adapten a la realidad de la sociedad actual.

jueves, 5 de enero de 2012

El descontento urbanistico actual


La pena en esa ciudad
eran unos inmensos
edificios
blancos
y ciegos y adentro
de cada uno de ellos había un hombre
para el que en esa
ciudad
la pena era
unos inmensos edificios
blancos y ciegos
con un
hombre adentro
para el cual la pena
en esa ciudad
era un edificio
blanco
con un hombre adentro
blanco y ciego


Juan José Saer. La pena en esa ciudad.
(El arte de narrar. Poemas 1960-1987)